Biblioteca de la Guitarra y Cuerda Pulsada

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Mesa, Juan (España, 1933-2003)

JUAN MESA SERRANO, guitarrista payo, conocido internacionalmente en el mundo del arte de la guitarra flamenca con su propio nombre artístico de JUAN MESA, nació en La Línea de la Concepción (Cádiz) el día 28 de febrero del año de 1933, y murió en la Línea en el 2003. Era el tercer hijo del matrimonio formado por Ángel Mesa de la Mata y Mercedes Serrano Segovia, linenses de verdad aunque casados en Tánger. Sus padrinos fueron los tíos maternos Juan e Isabel. Fue bautizado por el Padre Rodríguez Cantizano el 8 de junio del mismo año que nació en la parroquia de la Inmaculada, la única que había entonces. Cuenta Crescencio Torés en su libro Paisajes Linenses que Juan Mesa nació con ojos grandes y despiertos, manos finas y largas… estaba escrito.

Fue creciendo entre las palmeras de la plaza de Fariñas, las que vigiló hasta que dejó el patio del Mosquito, muy pocos años antes de irse para siempre. Su gran afición primera fueron los toros y en aquel paseito que vigilaba hizo sus pinitos como maletilla, aunque ya tocaba de vez en cuando la guitarra que le dio su abuelo Ambrosio. Se parecía a Armillita, según decían en aquella época, pero muy poco después se dio cuenta de que su verdadera pasión sería tocar la guitarra. Él mismo decía que fue conociendo la guitarra lentamente, casi como el amor de un adolescente.


Con poco más de veinte años se aseguró de que su futuro estaría ligado a la guitarra. Su primer concierto fue en la Residencia Chaminade, en Cádiz, el 5 de abril de 1963, con el colegio mayor lleno de público. Tocó peteneras, tarantas, seguiriyas y luego hizo obras propias. La vinculación de Juan Mesa con la música era total pero por si faltaba poco fue a dar un concierto a Hamburgo, en Alemania, contratado por Ministerio de Información y Turismo. “Cuando terminé se me acercó una señora un poquito fea pero muy importante en el mundo de la moda, creo que Elena Rubinstein, y quiso tocarme las manos”.


Juan Mesa fue haciendo patria por todas partes y se ganó el reconocimiento de sus paisanos. Siempre se le quiso y poco a poco se fue convirtiendo en un personaje de gran relieve popular en la ciudad. Hablar de Juan Mesa hace obligado recordar La Cuadra, un verdadero museo de flamenco y copla por el que pasaron decenas de primeras figuras, desde Camarón de la Isla hasta Juanita Reina. Hace más de un siglo, en el patio se resguardaban las caballerías de los coches de punto de entonces. En aquel patio descansaban los antepasados de Juan Mesa. Eran cuadras y su uso fue diario durante mucho tiempo. Aquella cuadra floreció aún más cuando Juan Bautista Fariñas le compró el huerto al obispo y adecentó la plaza que luego llevaría su nombre y de la que Juan Mesa fue guardián permanente.


Para Juan Mesa, La Cuadra era el lugar donde estar, estudiar, guardar sus cosas, recluirse y dar clases de guitarra. Curiosamente, el espacio elegido por él nunca fue una cuadra, porque el lugar concreto donde estaba servía de almacén de piensos. “Poco a poco fui conservando allí mis cosas, acondicionándola a mi gusto, con el sabor que yo quise darle”, decía Juan Mesa en el libro que le escribió Torés. Durante décadas pasaron por La Cuadra centenares de jóvenes linenses deseosos de aprender a tocar la guitarra. Algunos, más que aprender a tocar aprendían el arte, porque pocos eran los que salían de aquellas cuadras sin agrandar su espíritu flamenco. Aquel ambiente era propicio para ello. Los barriles con Solera 47 para las charlas de después de las clases o para antes, que Juan Mesa calaba perfectamente a esa gente que iba más por el ambiente que por aprender y se lanzaba a grandes pseudoconferencias sobre el arte que hacían que los alumnos no pensaran en que había que dar clase.

Poco a poco, Juan Mesa se fue haciendo mayor. El progreso también creció al unísono y mientras él se iba a una casa de las torretas de la calle Andalucía junto a sus hermanos, la piqueta urbanística derribaba aquella parte de la historia. Sus últimos años, casi en el olvido, fueron oscuros. Pero nadie se olvidó de Juan. Todavía se suspira para que el Ayuntamiento le ponga su nombre a alguna calle de La Línea o para que su nombre sea perpetuado de alguna forma. Pero las preferencias se van fuera de las fronteras del Príncipe Alfonso o de El Higuerón.

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