Biblioteca de la Guitarra y Cuerda Pulsada

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Gardel, Carlos (Francia? - Colombia, 1935)

Gran cantor del folklore argentino­ nacido en Francia. Cultiva como especialidad la canción porteña, reconociéndosele en este sentido como el astro máximo. Lo ha hecho siempre acompañándose de la guitarra, en la que ejecuta diestramente. Este hombre tan popular y querido, al decir de un cronista, a los 14 años juntó cinco pesos entre los conocidos y así compró su primera guitarra . . . , y como otros tienen tambor, él prefirió por más dulce y más criollo, el otro instrumento. Ha llevado en triunfo por todos los países de Europa y América el tango argentino, imponiéndolo en París como la canción de moda. Gardel grabó infinidad de discos; su guitarra se hermana a su voz. Filmó películas que extendieron aún más su popularidad, y sobre todo, se le proporcionaron ventajosísimos contratos que acrecentaron su gloria y provecho en particular. A continuación damos el artículo de E. Mario Barreda anunciado en PRELUDIO:

"El Cantor". "Para llegar al "cantor ' ' , el astro popular tuvo que encarnarse en un tipo intermediario. Entre el legendario Santos Vega, por ejemplo, y l a pareja GardelRazzano, media ese payador arrabalero, cuyo representante más pintoresco fué, sin duda, aquel negro llamado Gabino Ezeiza, que tendría en su cerebro, seguramente, alguna célula de blanco. Al entrar en la ciudad pier_de, pues, este "mester de j uglaría" su indumento gauchesco. Conserva, empero, su condición lírica de improvisación. Y al transferirse, por último, en las funciones del cantor, pierde ambas cualidades.

"El cantor ni es gaucho ni es improvisador. Las exigencias de la época introducen, también en el gremio, la especialización. Antes el payador componía sus versos, les adaptaba música, los cantaba. El, solo, realizaba las tres funciones. Hoy día, no. Un poeta popular escribe eso que, más o menos, puede llamarse una poesia .-poesia de metro arbitrario, que se adapta a los giros de la música; en cambio, antes, era la música la que se ajustaba al ritmo poético - . Un profesional popular la musicaliza, y un cantor popular la canta con la guitarra o acompañándose con la "jazz'. En este último caso, y si la función se realiza en un sitio público, el estrado de algún café, verbigracia, como no toca pito, se completa con la expresión del rostro y el accionar de Jos brazos. Como un actor. Sobre todo, cuando el cantante es mujer. En realidad, así, no he visto sino muj eres. "He visto dos mujeres cantando y accionando así. Una de ellas, rubia como una "gretchen ", intercalaba, además, entre cada estrofa, un pequeño número de baile. Tenia una linda voz de soprano ligera, y en las notas altas daba gusto oír sus gorjeos cristalinos. Cantaba aquello de:
" ¡ Adiós, muchachos, compañeros de mi vida ! ' ' , "Barra querida" . . . y otras yerbas. ¡ Lástima de voz ! , pensaba yo. "Le bailaban las piernas, los brazos, los ojos. Le bailaba todo el cuerpo. Era un azogue la chiquilina. Vestida de rosado, los brazos descubiertos, las faldas un dedo sobre la cavidad poplítea, creaba el tipo de la " cantora" ; ligera de gestos, ligera de voz y ligera de ropa. "Así, pues, el tipo no sólo se desdobla en funciones, se desdobla también en distintos sexos. La mujer le agrega lo que faltaba: la mímica. "Yo no sé si existió jamás el payador gaucho. Aparece, más bien, desempeñando un papel de protagonista, y su figura es una creación de los poetas. Así Martin Fierro, como Santos Vega. La única vez que yo vi un ejemplar que parecía ofrecer apariencias de autenticidad, fué una desilusión. Era en Flores, siendo yo una criatura. Pasaba todas las tardes, al sobrepaso de un azulejo.  La vestidura no dejaba qué desear. Chiripá, tirador . con
rastra, recado, espuelas, y el chambergo con barbijo. La vihuela cargada de cintas. Se le invitó a lucir sus habilidades, y resultó que no tenia voz, ni sabía tocar la guitarra, ni componer dos versos. (A lo mejor era un disfrazado. ) "El payador de arrabal era otra cosa. Yo nunca he creído en el gaucho, aunque ahora se le zarandee tanto. Siempre me ha parecido un b árbaro. Y la poesía, hasta la más modesta, es, sin duda, una flor de cultivo. Conocí al payador arrabalero Pablo Vázquez. Hasta leí un folleto de versos que publicó. Y le oí improvisar durante una velada en el teatro de Flores, componiéndole cuartetas a cuanto tema se le sugería por medio del público. Tenía un encanto rústico, muy particular. "Bueno, pues; de esta especie intermediaria derivan nuestros cantores.

El mismo Carlitos Gardel, con quien he conversado, lo reconoce. Gardel se declara .-y ninguno de los tres guitarreros que estaban con él le contradijo- creador de esta nueva clase de cantores. Es, sin duda, el más prestigioso. Empezó sus andanzas cantando en las salitas de la tertulia familiar; en los patios, bajo emparrado, para lucirse ante las lindas muchachas. Después se dijo: "Aquí hay algo". Escuchó a algunos cantantes de escuela, y se . penetró de los misterios de la "impostazione ". De allí sacó su peculiar manera de emitir la voz, sin imitar a los divos, pero, tampoco, sin poder eludirlos. Esta manera de cantar ha hecho escuela. Temo, sin embargo, que ocurra con ella lo que pasa con el "cante jondo'', cuyos vicios de emisión estropean las gargantas y matan la voz. De cualquier modo, en cuan­to Carlitos Gardel apareció con sus "fiatos" y sus arrastres quejumbrosos, ya estuvo listo el empresario.

Para empezar se le ofreció un estipendio de setenta pesos diarios, que entonces era una maravilla y hoy sería una despreciable miseria,  es este un nuevo aspecto que ofrece el cantor: tiene empresario. Y, para que no quepa en mi ni el resquicio de una duda, siempre el mismo. Carlitos Gardel me muestra un cablegrama de su empresario de Paris. Lo llama a él, a dar una serie de audiciones en la sala Pleyel, donde ha poco se realizó el homenaje a Debussy . . . Con
nuestro cantor triunfa el tango. El tango lascivo, que nadie hubiera osado nombrar antes -no diré tocar- en una reunión de gente culta. Hoy lo inunda todo, ha derrotado al shimmy, al fox-trot. No ya en Francia. ¡En Alemania! Asi me lo comunica mi interlocutor: "No entienden la letra -me dice-, pero les encanta lo mismo. ¡Tango!, ¡Tango! . . . No saben ni suelen pedir otra cosa. ¡Es un fenómeno! Hubo, hará poco más de diez años, un muchacho cantor, de quien el alcohol dió cuenta en
breve plazo. Se hizo popular con unas estrofas, de las cuales sólo ha sobrevivido el primer verso: "¡Pobre mi madre querida!',. En realidad, es lo único que tienen. Pero es el grito de todos los hijos descarriados, esos hijos que, por sus debilidades, suscitan en las madres un amor piadoso y un gran sufrimiento. El triste Betinotti era muy mediocre versiticador. Pero tuvo la virtud de empalmar la tradición, encarnándola en un nuevo tipo: el payador de origen italiano.
' "Es indudable la influencia italiana -mejor dicho, napolitana- sobre algunos aspectos de la musa popular. Se percibe allí cierta crema "uso Nápoli", de inconfundible sabor. La queja es más arrastrada y nasal. La melodía más siruposa. El giro criollo, sensual y chocarrero, termina a veces en una patética "puccinata". Y es explicable el natural enchufe con que se ajustan estas dos corrientes, por la afinidad que existe en las fuentes originarias. No es ya cuestión de averiguar si la tarantela, la seguidilla y el gato, tienen un parentesco de familia. Esta es la canción popular, genuina, agreste, que expresa estados de alma dentro de la pasión, la alegría, la embriaguez pánica. El tango a que nos referimos es otra cosa.
Es, si se me permite, respecto de la música, lo que es el caló o el lunfardo con respecto del idioma. Es una mú­ sica, el tango, donde, sobre un canevá de urdimbre popular, se entretejen los hilos de las más lascivas insinuaciones. El crimen de amores bastardos llora ahí su acre perfume de lujuria y de sangre. El pecado -para emplear una palabra suave- abre allí su floración enferma de cocaína. Cuando, dentro de cincuenta años, se estudie la música y la letra de algunos tangos que hoy se escriben si alguien se toma .la pena de coleccionarlos-, será pavorosa la opinión que de nosotros se habrá de formar.

Sí es que el mundo mejora. Si no, se hablará de esta época con la misma sonrisa con que nosotros consideramos la era del miriñaque y del rigodón . . . Para producir esta música se han juntado predisposiciones raciales, desviadas por sendas de vicio y de crimen. Los títulos, no más, dan escalofríos. Sobre tales documentos, los Ramos Mexía del futuro no sabrán por dónde empezar. Sin embargo, no soy del todo pesimista. Hay algo de postura, de alarde en eso. Y en el fondo, tal vez, un poco de ingenuidad. Una ingenuidad con la cara sucia, lo reconozco. Una ingenuidad que, en vez del aplauso, está pidiendo a gritos jabón y buenas maneras "La radio pone al cantor, hoy dia, al alcance de todo el mundo. Ante el micrófono, con su guitarra, se centuplica hacia toda la rosa de los vientos. Condimenta vuestro vermut, vuestra mesa y vuestra velada. Os asalta en las calies, disparado desde los negocios; os acecha, con su bocina, desde todas partes. En medio de la batahola ciudadana, en el crepitante ajetreo del tráfico, os llegan sus quejas, sus sollozos desgarradores . . . "¡Percanta que me engañaste!" y "¡Che, papusa, oi!". Entráis en un bar, con ánimo infinitamente inocente, y os sugiere en seguida perspectivas procelosas: "¡Esta noche me ·emborracho!" . . . Sos el mortal más pacato y circunspecto, y al marchar por la acera sentis que os calumnian desde un balcón, una puerta o la azotea: "Compadrón prontuariado . . . .. En fin, descansáis en una mujer vuestro corazón, y cuando más confiado estáis, os llega por el aire como el alerta de una sospecha inaudita: .... . me enga­ñaba con el amigo más fiel ... " Dudáis· del amor y la amistad. "Si la radio lo esparce, el disco lo retiene.· El disco será la ·futura pieza de museo, cuando la imaginación científica haya creado nuevas formas de distraer (iba a decir atormentar) nuestro espíritu. Ya la radio misma tiende a arrinconar a su predecesor. Porque la radio es, dijéramos, la lengua viva. Y el disco, la lengua en conserva. "El cantor viste con elegancia. No lleva una vestimenta especial, porque la época democrática poco gusta de tales distingos. En otros tiempos tendria su indumento característico.

Cuando más, se pone un smoking. Pero la cantante, como mujer que es, puede hacer lo que quiera. Faldas y mangas cortas, descote y medias largas. Cuando no adopta, como la señora de Cabrera, vestimentas incásicas, para acompañar sus canciones folkloristas. "La más sencillita compañía de cantores fué, sin duda, la de Chazarreta. Una pollera blanca, una bata celeste y un pañuelo rosado. (Alternar los colores a placer.) Así bailaban y cantaban (sin apresurarse) aquellas mujeres altas, flacas, serias, con el talle por los talones. Los hombres, con aire de peoncitos, "cepilleaban" enredándose en las botas. Todo eso, empero, les daba un sabor muy genuino. La canción era fresca y picante, como un racimo que va de la parra al consumidor. De veras que me divertí. "Hay también el cantor de cine. Esa voz sonando en las tinieblas. Y el cantor de tabladillo, que a veces es una pareja. Esto convierte el bar en una sala de espectáculos. Sobre todo si la pareja se halla integrada por alguna linda y desenvuelta piba. El público acude con preferencia adonde se canta, aunque aparente no prestar atención. Las mujeres cantoras son hoy tan abundantes como los hombres. De pronto,. de la masa obscura y anó­nima, han salido a gorjear tantos jilgueros y calandrias. Es el alma de la ciudad, que se despierta y bate las alas. El alma de la ciudad, que todos creíamos hecha del más áspero positivismo, y que, de pronto, se pone a cantar...Celebremos el milagro,' a pesar de sus fallas. Celebremos esa voluntad de expresión, que a veces se encarna en una letra noble y una música melodiosa.

Ernesto Mario Barreda. (Autor.)

Diccionario de Guitarristas. Domingo Prat (1934)

 

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