Fué el trovador de la pampa. En aquellos tiempos de escasísima población en que la Argentina vivía, puede decirse, la vida de los pueblos pastores, fué el bardo errante y vagabundo que iba con su guitarra de rancho en rancho y de pulpería en pulpería, glosando los acontecimientos más notables, recordando los altos hechos de los hombres ilustres, llevando a todas partes las palpitaciones del alma nacional. Hijo del pueblo y entre el pueblo criado, se identificaba con el paisano, con el hombre del pueblo, y en forma poética y con entonación melopeíca, monótona y solemne como la misma pampa, le cantaba sus cuitas y sus alegrías, sus esperanzas y sus anhelos, ya improvisando en el acto, ya recurriendo a los cantares de su variado repertorio. Ora solazaba los corazones con las ternuras de los ' "tristes" y de los '"cielitos", sentidísimos cantos populares; ora distraía la mente con la relación de los sucesos diarios; ya ponía los espíritus en tensión vigorosa y duradera con los recuerdos de las épicas luchas por la independencia de la patria y por la constitución de la nacionalidad, o con el relato de las legendarias hazañas de los gauchos malos, bandidos feroces sublimados en la imaginación del paisano y tenidos como prototipos de la hidalguía y del valor, porque representaban el espíritu de rebelión, la protesta armada contra las instituciones que mantenían y siguen aún manteniendo bajo ominosa tiranía al infeliz paisano argentíno, el eterno paria, la víctima eterna de todos los abusos y de todas las injusticias, así en la época antigua del coloniaje como en la moderna de nación libre.
El payador era en una pieza filósofo y poeta, músico y cantante. Nada como la vida del campo, en la Argen- tina, para favorecer el desarrollo de tales facultades. La vida al aire libre en aquella inmensa llanura de la pampa o entre las abruptas cuchillas de los Andes, en focha siempre con los elementos y en la contemplación eterna de los fenómenos naturales; las eternas horas pasadas a caballo, bajo los rayos abrasadores del sol o sufriendo el frío cierzo de las heladas noches, cuidando de las majadas o de las tropillas, a solas con la conciencia; la perezosa y contemplativa costumbre del mate, saboreado bajo los sauces que dan· sombra al rancho, con la miradaen el infinito y el pensamiento en los accidentes del día: las horas de jolgorio, cuando caen, allá en las noches estrelladas a los acordes de la guitarra, el instrumento nacional; el gusto por lo brillante y lo aparatoso, en todo revelado, desde los aperos de plata del caballo a la actitud majestuosa del paisano, y el vivo afán por las justas. de cualquier género que ellas sean, placenteras o amargas del entendimiento o del cuerpo; la rumbosidad con que se vacía la bolsa y el poco apego a la vida, que se rinde y se quita en un momento y por fútiles motivos; y sobre esto la inconsciencia con que se vive y el intimo convencimiento de que el esfuerzo personal no ha de modificar la cosa pública, que interesa sólo a los mandones. y la resignación estoica en que la canalla sea siempr< víctima; el rudo batallar por la existencia y la disparidad entre las penurias y las tristezas de la vida real y la grandiosidad del medio en que la vida se desarrolla . . . . todo, todo conspira a dar un intenso carácter artístico a alma del paisano, todo contribuye al desarrollo y expansión de las facultades imaginativas, avaloradas y contrastadas por intuiciones y reglas prácticas de filosofía de tendencia fatalista. De aquí la espontánea y fácil producción del payador, bardo campestre, sin más instrucción que la del común de los paisanos, paisano él mismo. que a la viveza de imaginación y al colorido y expresión de la frase, cualidades propias de los hispanoamericanos. reunía tan sorprendente facilidad de improvisación que a compás de su guitarra podía cantar en el acto cuanto se le pidiera y como se le pidiera, sin que le costase esfuerzo ninguno y diciendo las cosas con tal precisión y galanura que habría de sorprender extraordinariamente a quien no conociera el modo de ser intelectual de los sudamericanos .
Poeta de la pampa, era su escenario la pampa misma. cantando rarísimas veces en las ciudades. ¡ Cómo arrastraba en pos de sí a la gente! Y es que su obra era profundamente humana, pues cantaba lo que llevaba en u alma, que era lo mismo que llevaban todos en la suya. aprendido en el rudo batallar de la existencia, y a todos interesaba y por todos era comprendido; además de que el argentino va donde suena una guitarr·a, con la misma avidez con que van las moscas a la miel. Así es que de muchas leguas a la redonda caía la gente al '"pago·· donde había asentado su vuelo el poeta, sobre todo si éste gozaba ya de fama. Era de ver, al caer de la tarde. cómo de los cuatro puntos· cardinales se llegaban al lugar de la fiesta sinnúmero de paisanos, montados en sus '"parejeros", vistiendo sus mejores "pilchas", las caras alegres por el gozo anticipado que les daba la esperanza de pasar una agradabilísima velada . Y llegaba la noche y con ella la ansiada dicha. Al aire libre, bajo el hermoso estrellado cielo, se celebraba la fiesta, agrupados todos y sentados alrededor del músico. frente al rancho, bajo los sauces o los paraísos, callados todos, suspensos, con el alma en el oído, en tanto que el payador empezaba a rasguear la guitarra, y a poco, interrumpiendo el silencio de la ·callada noche, con voz delgadita y de falsete, no vibrante y sonora, empezaba sus cantares, libres o de pie forzado, alegres o tristes, amorosos o patrióticos, pero siempre fáciles, espontáneos y sentenciosos, durante la sesión horas y más horas, a veces hasta que alboreaba, porque ni el payador se hacia el remiso, ni se cansaban de oírle sus oyentes, y alternando frecuentemente los cantos con pasteles y tortas fritas, con el coperío y el mate, de rigor en todas las fiestas criollas. Miel sobre hojuelas si se reunían, como con frecuencia sucedía, dos payadores y cantaban de contrapunto. Como gallos de pelea aprestábanse a la lucha, y requería cada uno sus mejores cantares y su profunda y marrullera gramática parda para aplastar al contrincante, retrucándose el uno al otro sin achicarse, con la misma facilidad en la expresión, con igual malicia en la intención, prolongándose la lucha, si eran más o menos de igual fuerza, largas horas, viéndose obligados a veces a suspenderla, ya muy tarde, para continuarla en la noche siguiente. Vuelta a empezar en otro punto la lucha, si en ésta quedaron iguales los campeones; si alguno sufría una seria _derrota, se retiraba avergonzado y corrido. Y tan a pecho tomaban esos torneos y tal cuidaban su fama los payadores, que se cuenta de algunos que sintieron tan dolorosamente la derrota, que se quitaron la vida para no sobrevivir a la deshonra.
Hoy ha cambiado todo esto. No recorre ya las pampas el trovador; acaso veréis aún vagar por las orillas de los pueblos algún cantor criollo recorriendo las pulperías, pero no es ya el payador de antes, sino un tipo degenerado, el milonguero, que lleva a todas partes sus vicios y su haraganería, pendenciero y borracho, dicharachero siempre, pero sin inspiración, sin aquella elevación de alma característica de los antiguos payadores. Se va el payador clásico, mejor dicho, ha desaparecido ya, ante la acción niveladora de la civilización, que uníforma usos y costumbres, tipos y caracteres de unos y otros pueblos. Se ha transformado el payador, ha modificado su manera de ser. No recorre ya la pampa. ¿Para qué, si allí encontraría en gran número extranjeros dedicados a los trabajos de la agricultura, que no le entenderían ni gozarían con sus cantos? De gaucho errante se ha convertido en artista vestido a la moderna que recorre los pueblos, cantando en los circos, en los clubs, en los teatros; el cantor romántico, caballeresco podríamos decir, ha cedido el puesto al artista que sabe cuánto vale y se hace pagar bien su arte.
En la actualidad son pocos los buenos payadores, distinguiéndose entre todos el moreno Gabino Ezeiza, joven, flacucho, pequeño de cuerpo si bien grande de alma, inteligente, de improvisación facilisima y muy galano en la expresión de sus conceptos. Aunque, en honor de la verdad, sólo es así Gabino acompañándose con la guitarra, como si en ella residiera su virtuosidad. En 1 893 hubo, en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, una manifestación política en honor del malogrado elocuentisimo orador doctor Aristóbulo del Valle, bajado recientemente a la tumba; en la estación del ferrocarril, en tanto que llegaba el tren que debía conducir a Buenos Aires al ilustre huésped, llegó al colmo el entusiasmo de los manifestantes, caldeando los ánimos discursos y vivas, músicas y cohetes. Allí estaba Ezeiza, gritando como los otros, y como todos entusiasmado; se le pidió que hablara, le alzaron algunos en hombros, y aquel hombre que en un circo improvisaba fácilmente sobre cualquier asunto, quedó allí cortado y corrido y pudo pronunciar apenas una docena de palabras y aun de la manera más torpe posible . Le faltaba la guitarra, de manera que de Ezeiza y acaso de todos los payadores puede decirse lo contrario de la frase criolla, "que otra cosa es sin guitarra". ¿Desaparecerá el tipo del payador? No es fácil, a lo menos durante mucho tiempo. Ha resistido el cambio experimentado en las costumbres argentinas, la transformación realizada en la sociabilidad argentina. La misma metamorfosis que ha sufrido le ha dado nuevas aptitudes para la vida; si hubiera tenido que sucumbir, no se hubiera transformado, sino que, como el gaucho, hubiera ya dejado de ser. No hay argentino que no se apasione por los payadores, como no hay ninguno que no lleve en su alma condiciones suficientes para convertirse en el músico y poeta. ¿Cómo ha de morir así, est.a manifestación del arte criollo? Está la existencia del payador ligada con la esencia misma de las cosas; tiene su razón de ser en aquella grandiosa naturaleza y en el modo de ser. peculiar de aquel pueblo, valiente y generoso, altivo y sufrido, siempre pronto al sacrificio y dispuesto siempre a olvidar entre los sones de la guitarra y al compás de sus cantos populares, todos sus sinsabores, todas sus miserias, sus desdichas todas. ( 1 896) .
Francisco Pi y Suñer
Diccionario de Guitarristas. Guillermo Prats (1934)