La malagueña es un cante con copla de cuatro o cinco versos octosílabos, con rima cruzada asonante o consonante, que generalmente se convierten en seis por repetición del primero y el tercero. Desde el punto de vista musical, es un cante que no se ajusta a compás, en el marco del flamenco a estos cantes se les llama libres, es decir, realizados según la voluntad del intérprete.
Para Alfredo Arrebola: "La malagueña fue una simbiosis del guitarrista y la voz del cantaor dándole personalidad. Y tal vez por esta razón, las malagueñas no se generalizan, sino que su nombre lo toman del intérprete. Todas ellas poseen una nota común: jamás varia el toque de acompañamiento. Tal es así , que no podemos saber que tipo de malagueña vamos a escuchar hasta que el cantaor no ha dado, no sólo la "salía", sino el primer tercio no se conocen ni se distinguen las malagueñas, puesto que hay algunas que se parecen mucho". Para Arrebola, la guitarra al acompañar por malagueñas "suena siempre en aire abandolao, y algunas notas de soleares, que pudiera ser por la influencia del compás de los verdiales: tres por cuatro..." Para el autor que tan extensamente estamos citando, que además es profesor y prestigioso cantaor, "la guitarra ha sido el elemento transformador de la malagueña".
En cuanto al origen de las malagueñas existen diversas opiniones. Una, bastante generalizada, mantiene que es un cante que nace de los antiguos fandangos de Málaga, adquiriendo entidad propia como estilo flamenco en la primera mitad del siglo XIX. En el principio de este proceso creador podría considerarse como malagueña cualquier fandango de la provincia de Málaga. Ahora bien, desde un punto de vista estrictamente flamenco, no pueden incluirse entre las malagueñas todos aquellos fandangos populares que acompañaban al baile. Aunque en estos fandangos ya se contengan giros aflamencados, en puridad no podrían calificarse como flamencos.
A partir de mediados del siglo XIX, la malagueña va prescindiendo paulatinamente del baile, para ofrecerse como cante imbuido de personalidad propia. Según el Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Flamenco: "La malagueña adquiere su independencia del fandango local porque su toque —su melo musical— se hace cada vez más lento, sostenido, logrando así una extraordinaria riqueza musical".
Anselmo González Climent calificó la malagueña como cante "fronterizo", en el sentido de que se hallaba situado en una zona intermedia entre lo que se ha denominado "cante grande" y "cante chico". Y al comparar este autor la evolución paralela del fandango y la malagueña independizó a este palo, colocándolo entre los cantes grandes: "La malagueña, tal como la jerarquizó, entre otros, Don Antonio Chacón es, sin discusión alguna, "cante grande". Y llega a decir en su libro más famoso: "Las malagueñas son una especie de siguiriyas levantinas". Del mismo sentir era Domingo Manfredi: "La malagueña está emparentada muy de cerca con el cante grande, y en algunas épocas, en particular con Don Antonio Chacón, tuvo categoría de cante "jondo". Por su parte, José Carlos de Luna dice de la malagueña: "Tiene arrestos de caña, sentimientos de siguiriya, matices de soleares... y no se parece a ninguna. Es... ella, suave, femenina, desgarrada". Finalmente, Manuel Machado, el poeta que tanto se interesó por el cante "jondo", y al que dedicó letras inovidables, nos dejó esta malagueña:
Las penas que tú me das
son penas y no son penas;
que tienen cositas malas,
y tienen cositas buenas.
Texto de Pedro Alcántara Capiscol